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Pozo de
agua viva
4, 15-16
 

E
n el origen del jardín: el agua. Si en el primer verso nos hablaba el poeta de sellada fuente, revela ahora la clave última de la excelencia de un agua tan viva: desciende del Líbano, es agua manantial que rueda de altas cumbres (4,15):


¡L a fuente del jardín
es pozo de agua viva
que desciende del Líbano!


Además de vientre fecundo, este jardín –azul de cielo– es templo, montaña y río sagrado (El niño de la noche, de Miguel Hernández): "Vientre, carne central de todo lo existente. / Bóveda eternamente si azul, si roja, oscura. / Noche final en cuya profundidad se siente / la voz de las raíces y el soplo de la altura".


¡S oplad, vientos del norte
y del desierto,
oread mi jardín:
que fluyan los perfumes!

Q ue mi amado penetre en su jardín
a comer de sus frutos exquisitos.

Seducida por tan cálidos requiebros, no sabe resistirse la amada, y le invita a los aromas, sabores, de su intimidad (4,16). Ha ordenado a la brisa fresca del Líbano y a los cálidos aires del sur distribuir fragancias por todas las colinas y valles de su cuerpo, para su propio placer y para arrobamiento y éxtasis de su amante. En ciertos rituales de boda, que El violinista sobre el tejado visualiza en espléndidos planos, el novio hace estallar un vaso con perfume. Se llena de fragancia la habitación, la casa. Huele a jardín enamorado.

La esposa del Cantar no necesita perfumarse con esencias de moda. Su olor a limpio ("Dolores: / ¿con qué te lavas la cara / que siempre te huele a flores?"), su personal aroma a mujer viva, descontaminan humos y tristezas. "No se ha descubierto ninguna sustancia química que pueda rivalizar con el efecto afrodisíaco que supone estar enamorado (H. Kaplan)".
A propósito de perfumes: disponer de todo un jardín botánico en nuestro patio de vecindad parece imposible. Pero, ¿nos costaría tanto cultivar en casa, humildes y embriagadoras plantas? ¿Nos resultaría tan difícil encender aceites esenciales o bastoncillos de incienso made in india, aromatizando la casa con fragancias de ámbar, eucalipto, jazmín, lavanda, loto, mirra, patchuli, pino, rosa, sándalo? (Con sólo la lectura de estos nombres –y enumero unos pocos aromas de una larga lista–, ¡cómo se excita nuestro animal interno, que aún ventea!) ¿Y qué tal una excursión a la sierra, respirando vaharadas de espliego y mejorana, de lavanda, de orégano y tomillo?
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