2 Radiante como
el sol 6,1012
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Adelantándose
siglos a la visión apocalíptica de "una Mujer vestida de sol,
con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza"
(Ap 12,1), el Coro de mujeres, exaltando, sin aparentes celos, la luminosa belleza
de la única, pregunta retóricamente (6,10): |
¿Q
uién es aquella que asoma como la aurora, hermosa como la luna,
radiante como el sol, imponente como ejército de estrellas?
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Hasta
ahora no habían viajado los esposos, en su cruce de elogios, mucho más
allá de su patria chica, Palestina. Esta grandiosa exaltación del
Coro constituye todo un himno cósmico, en el que, ahora sí, irrumpe
la creación entera. Miguel
Hernández, maestro de efusiones planetarias, en Yo no quiero más
luz que tu cuerpo ante el mío, contempla a su esposa "acercando
los astros más lejanos de lumbre", y la piropea en éxtasis,
como el Coro del Cantar: "No hay más luz que tu cuerpo, no hay más
sol: todo ocaso. / Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente. / La otra luz
es fantasma, nada más, de tu paso. / Tu insondable mirada nunca gira al
poniente" . Con semejante lirismo, los mozos enamorados de nuestro pueblo
creyente rondaban a la novia: "Muéstrame el sol de tu cara, / pues,
aun cuando me ciegue el sol, / mirarte es mirar el cielo / y ver la gracia de
Dios."
Adorable
y terrible la mujer amada: sentimientos encontrados frente al misterio. Adorable,
¡única! Se la reconocería entre millares, como poetiza Ernesto
Cardenal: "Tú eres sola entre las multitudes / como son sola la luna
/ y solo el sol en el cielo. // Ayer estabas en el estadio / en medio de miles
de gentes / y te divisé desde que entré / igual que si hubieras
estado sola / en un estadio vacío" . Se
había asomado a pasear la bella por el campo. Seduciéndola, la sube
en un vuelo el rey a su real carroza (6,11-12):
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H abía
bajado a los nogales del valle a
contemplar el verdor: si la viña estaba brotando y florecían
los granados. Y, no sé cómo, me encontré subida al
carro del príncipe.
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