4 Preso en tus trenzas está
el rey 7,4-6
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En
los giros, bailan también en libertad los senos, azorados y dulces, juguetones
(7,4):
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C
omo dos cervatillos son tus pechos, mellizos de gacela. Tu cuello: torre
de marfil.
| Miguel
Hernández también construye una metáfora de arquitectura
bélica para el cuello, visualizando acaso una blanca torre de ajedrez:
"¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria / del privilegio aquel, de
aquel aquello / que era, almenadamente blanco y bello, / una almena de nata giratoria?
// Recuerdo y no recuerdo aquella historia / de marfil expirado en un cabello,
/ donde aprendió a ceñir el cisne cuello / y a vocear la nieve transitoria."
. Cruzado
el blanco puente, nos subimos a la cabeza por ruta de monumentos y vistas panorámicas
(7,5-6a): |
D
os albercas de Jesbón son tus ojos junto a la Puerta Mayor.
T
u nariz es la torre del Líbano que mira hacia Damasco. T
u cabeza te corona como el monte Carmelo. Son tus cabellos de púrpura.
Preso en tus trenzas está el rey. |
No suele elogiarse la prominencia de una nariz. Pero acaso se exalta
como característica racial. Los desparramados cabellos de la bailarina
recordarían la cumbre del Carmelo, coronando de bosque la gozosa llanura
de Esdralón. Rojizos cabellos, encendidos de sol poniente. El
corazón del rey queda atrapado en la redecilla del pelo de su única,
o en los barrotes de sus trenzas, como antes lo fuera en su mirada, en su atavío
(4,9; 6,5).
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