¡C
uánto labio de púrpuras teatrales,
exageradamente pecadores!
¡Cuánto vocabulario de cristales,
al frenesí llevando
los colores
en una pugna, en una competencia
de originalidad y de excelencia!
¡Q
ué confusión! ¡Babel de las babeles!
¡Gran ciudad!:
¡gran demontre!: ¡gran puñeta!:
¡el mundo sobre rieles,
y su desequilibrio en bicicleta!
L
os vicios desdentados, las ancianas
echándose en las canas rosicleres,
infamia de las canas,
y aun buscando sin tuétano placeres.
Árboles,
como locos, enjaulados:
Alamedas, jardines
para destuetanarse el mundo;
y lados
de creación ultrajada por orines.
H
uele el macho a jazmines,
y menos lo que es todo parece,
la hembra oliendo
a cuadra y podredumbre.
¡A
y, cómo empequeñece
andar metido en esta muchedumbre!
¡Ay!,
¿dónde está mi cumbre,
mi pureza, y el valle del sesteo
de mi ganado aquel y su pastura?
Y
miro, y sólo veo
velocidad de vicio y de locura.
Todo eléctrico:
todo de momento.
Nada serenidad, paz recogida.
Eléctrica la luz,
la voz, el viento,
y eléctrica la vida.
Todo electricidad: todo
presteza
eléctrica: la flor y la sonrisa,
el orden, la belleza,
la canción y la prisa.
Nada es por voluntad de ser. ¿Qué
hacéis
las cosas de Dios aquí: la nube, la manzana,
el borrico, las piedras
y las rosas?