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Habla
el esposo, que, si en el cenit de la Boda llegó a ser coronado como el
mismísimo Salomón, refiere ahora una pequeña historia del
rey sabio, y le apostrofa con orgullo (8,11s): |
S
alomón tenía una viña en Baal Hamón. Entregó
su viña a guardianes y, por sus frutos, cada uno le traía
mil monedas de plata.
P
ero esta viña es mía. P
ara ti, Salomón, las mil monedas, y doscientas para los que cuidan
de sus frutos. |
-Para
ti, Salomón, tu incontable familia de esposas y concubinas. Que yo me recreo
en mi viña, en mi perfumado jardín, en mi única. Y no te
envidio la nómina de tus maravillosas y me temo que poco amadas
mujeres... -Y
ahora me dirijo a ti, esposa mía, huerto vallado frente a raposas y alimañas,
pero de puertas abiertas a la amistad, a la fiesta, al juego, a la canción
(8,13): |
¡S
eñora de los jardines, mis amigos te escuchan! Permítenos
oir tu voz.
| Así
como abrió el Cantar la esposa, lo cerrará con un enigmático
deseo (8,14): |
¡C
orre, amado mío, como un gamo, como un pequeño cervatillo
por las colinas perfumadas!
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Ya
conocemos el simbolismo erótico de los montes olorosos (2,17;
4,6): colinas de amor para la intimidad sexual.
Apremia la enamorada a su joven amigo para un nuevo encuentro. Algunos comentaristas
sugieren que le está animando a retirarse. El sagrado círculo de
la vida enlazaría amorosamente esta despedida (¡huye!) con
el anhelo inicial (¡que me bese!). No se han llenado los bolsillos
de felicidad al firmar papeles (morenica, no seas boba, / no se te acabe el
pan de la boda). Es divertido y necesario jugar, también al escondite,
para no quedar atrapados en una relación pesadamente ritualizada. Cada
uno seguirá siendo él mismo en encuentros creativos, gozosos. Y
también, acaso, en algún que otro saludable ¡hasta luego!
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