3.
Subiré al monte de la mirra 4,
5-7 | | |
Prosigamos
cuerpo abajo nuestro viaje hacia regiones de paz y fuego (4,5): |
S on
tu pechos como dos crías mellizas de gacela paciendo entre azucenas.
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Miguel
Hernández, en Canción del esposo soldado, dirigiéndose
a su embarazada esposa, la piropea con ternura: "Morena de altas torres,
alta luz y ojos altos, / esposa de mi piel, gran trago de mi vida, / tus pechos
locos crecen hacia mí dando saltos / de cierva concebida." Y
a Fray Luis se le van los ojos, y hasta las manos, comentando este
mismo versículo: "No se puede decir cosa más bella ni más
a propósito que comparar los pechos hermosos de la esposa a dos cabritos
mellizos; los cuales, demás de la terneza que tienen por ser cabritos y
de la igualdad por ser mellizos, y de más de ser cosa linda y apacible,
llena de regocijo y alegría, tienen consigo un no sé qué
de travesura y buen donaire con que roban y llevan tras sí los ojos de
los que los miran, poniéndolos afición de llegarse a ellos y de
tratarlos entre las manos ". Para
Pikaza, "en este momento, el Cantar describe la parte superior del cuerpo
de la mujer, de los ojos a los pechos; es como si viera su cabeza y busto a través
de la ventana ". Ravasi desciende más y sugiere "un erotismo
que se abandona sólo a la alusión cuando la representación
del cuerpo llega, con el versículo 6, al sexo de la amada ". Pero
leamos primero el texto bíblico: |
A
ntes que expire el día
y se alarguen las sombras, subiré al monte de la mirra, a la colina
del incienso.
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Al
novio le resulta insuficiente la contemplación. Como a Fray Luis, le tienta
la ternura (manos frías, amor para un día; / manos calientes,
amor para siempre). Cuando el sol se duerme y la cálida oscuridad invita
a los placeres del amor, anhela el corazón la fiesta de la caricia. Gonzalo
Flor identifica el perfumado paisaje del Cantar: "El amado piensa adentrarse
por los montes y colinas florecidos, quizá los mismos pechos y la intimidad
de la amada ".
Sugiere
incluso el Cantar así lo pensamos que el vientre fecundo de
la mujer es como una santa colina, metáfora viva del monte Moria, donde
se levanta el Templo de Jerusalén, monte perfumado por el incienso de los
sacerdotes, monte de mirra (mor en hebreo, cercano fonéticamente
a moria). Rafael Montesinos, en el soneto Ven, exalta fervorosamente
la dignidad de esta sagrada montaña del amor:
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"Ven, que el amor más puro se me centre / en esa ensortijada
gracia oscura, / cárcel de luz, recóndita angostura / y capitel
airoso de tu vientre. // Oh surco de rubíes que sostienen / las dos altas
columnas de tu templo / que a mí también como a Sansón me
tienen... " |
¡Q
ué hermosa eres, amiga
mía, no veo en ti defecto alguno!
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La
tierna y barroca descripción de la amada se cierra como empezó,
con una explosión de afecto (4,7). Y no deja de sorprendernos el excesivo
piropo último del joven enamorado, ciego de belleza: la afición
amorosa / de los cardos hace rosas. | |