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Si
inauguró el Cantar la novia pidiendo besos, es él ahora quien responde
a su demanda subiendo el corazón a los labios enamorados de ella con sabor
a leche y miel (tierra prometida), embriagándose en los vapores de su perfumado
aliento de manzana (7,9) E intecambia saliva que fluye y emborracha como vino
exquisito (7,10): |
¡A
y, tu boca es un vino generoso
que fluye acariciando, y me moja los labios y los dientes!
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Existe
honda conexión, simbólica y hasta fisiológica, entre los
labios del rostro y los de más íntimas regiones. La sed del enamorado
se sacia saboreando el néctar de ambas ánforas. Al ritmo ardiente,
al amplio movimiento de la danza, le sucede ahora la quietud relajada de las íntimas
caricias. Se cierra esta sección con un renovado compromiso de alianza
(7,11): |
Y
o soy para mi amado que me desea con pasión.
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En
el libro del Génesis se presenta a Yavé maldiciendo a Eva: "Tu
deseo te arrastrará a tu marido, que te dominará" (Gn 3,16).
La mujer del Cantar desea y ama a su pareja, y se siente amada y deseada desde
la igualdad, no desde la explotación. Y no aceptaría ser exclusivamente
diana de deseo para el placer del hombre, o para su prestigio o prolongación
de apellidos y herencias. Comentando
esta estrofa, piensa fray Luis en el tierno, exclusivo amor de la pareja del Cantar,
cuando compara con el cielo su mutua dedicación amorosa, o con un afinado
diálogo de dos instrumentos musicales: "Es la más feliz vida
que acá se vive la de dos que se aman, y es muy semejante y muy cercano
retrato de la del cielo, adonde van y vienen llamas del divino amor en que, amando
y siendo amados, los bienaventurados se abrasan. Y es una melodía suavísima,
que vence toda la música más artificiosa, la consonancia de dos
voluntades que amorosamente se responden" .
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