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¡Si fueras mi hermanito!
8,1s | | |
Regresa
la pareja
a su vivienda urbana. Le va naciendo a la novia en la punta del alma,
como una estrella, una tierna fantasía: ¿qué pasaría
si mi amante fuese un niñito de pecho: 8,1? |
¡Q
uien me diera que fueses mi hermanito, amamantado a los pechos de mi madre!
Al encontrarte en la calle te comería a besos sin que me criticaran.
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Fray Luis, en su comentario, parte de una observación: que los
novios, para sus juegos de ternura, frecuentan retirados rincones. Supone de la
esposa que, "estando a sus solas y sin conversación de otras gentes,
ella goza de los besos de su esposo, y se huelga y alegra mucho con él;
mas, cuando está delante de gentes, tiene vergüenza como la suelen
tener las mujeres" . No
la retrae sólo cierto natural pudor; suele preocupar también el
qué dirán. Escribiendo a su novia, se irrita Miguel Hernández
con las malas lenguas del pueblo: "Tengo muchas ganas de que me digas sencillamente:
Miguel, quiero darte un beso. Sin preocuparte de lo que la gente ha de decir si
te ve, porque eso es hacer lo que la gente quiere y no lo que a uno le sale del
alma o del cuerpo" . Pocos
textos luisianos tan dulces como cuando describe el maternal fervor de la esposa
del Cantar, que "siempre querría estar colgada de los hombros de su
esposo, cogiendo sus dulces besos sin desasirse un punto; y que pluguiese a Dios
ella pudiese tenerlo y tratar con él como con un niño pequeño
hermano suyo, hijo de su madre, que aún mamase; que como ella lo hallase
en la calle, arremetería con él y le daría mil besos delante
de todos cuantos allí estuviesen. Porque esto es usado mucho de las mujeres
con los niños, y no son notadas por esto, ni tienen empacho de hacerles
estos regalos ni de mostrarles este amor públicamente. Esta facilidad desea
la esposa tener en los besos de su esposo, y gozar dél" . |
T e
llevaría a la casa de mi madre y tú me enseñarías.
Te daría a beber vino oloroso y jugo de granadas.
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Si
fuera un hermanito de pecho, podría vivir con ella y ser acariciado y mimado
con toda su ternura. Imaginaos qué demanda de maternidad se simboliza en
esta visualización (8.2): en la casa de aquella que la transmitió
la vida (se ignora en todo el Cantar la presencia del padre), la novia acuna como
un bebé al amado de su alma. Y le endulza los labios con mosto de vino
y refresco de granada (en restaurantes de cocina árabe se sirve hoy, en
exótica carta de bebidas, zumo de dátil, rosa, piñón,
granada...). Y
tú me enseñarías... Se trataría, pienso, de una
pequeña broma de la enamorada. El varón, que va tanto de listo por
la vida (el mejor marido / el que más ha corrido; tú que eres
amador / díme qué cosa es amor), ahora es un bebé, un
infante que tiene que aprenderlo todo. Y habrá que arrojar al fuego, en
roja noche de San Juan, tantos refranes con cinturón de hierro para la
mujer como: ni joya prestada / ni mujer letrada; o este más rural:
el caballo hace la yegua, o bien: casa hecha y mujer por hacer;
y el no menos cartesiano: amar y saber / todo no puede ser. Os aseguro
que a mí me hacen muy poca gracia. Y que conozco señores que todavía
los piensan y, lo que es peor, los practican.
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