En
el amor, todo es tremendamente serio, todo es luminosamente divertido. Ella le
ha acunado, le ha cantado nanas, le ha colmado de besos. Y, ahora, es él
quien juega a la mamá. Leopoldo de Luis, en las primeras estrofas de un
bellísimo poema (La pareja), se imagina
que él es fuerte, poderoso: "El mundo está desierto. / Mudo.
Tú y yo arrojados / a un destino violento, / aquí, sobre la tierra,
/ abrazándonos ciegos. // Y entonces te recojo, / te amparo, te sujeto,
/ pequeña, débil, mía, / cobijada en mi aliento, / sostenida
en mis brazos, / cubierta con mis besos." Pero
el amante tierno abandona su rol protector y se vuelve pequeño por la cálida
cuna de los brazos de ella: "¡Qué poco puede el hombre! / Y
me refugio en medio / de tanta soledad / en tu caliente cuerpo, / para que entre
tus brazos / me mezas con tu tierno / amor. Niño asustado, / busco tu amor
materno." Finalmente
sólo queda un único abrazo de niños perdidos: "Los dos
en la tiniebla / abrazados, pequeños, / frente a la eternidad, / lloramos
en silencio. / La noche continúa / mudamente ubriéndonos "
.Su
bebé/esposo se ha dormido. Y ella, que lo vigila y protege, con el índice
en los labios y voz de caramelo, advierte (8,4): |