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UENA la hizo aquel día Dieguito al arreglar la habitación de fray Luis: cotilleando su mesa de trabajo, descubre un hermoso y extenso poema de amor, lo copia clandestinamente, y se lo pasa, con la ingenua complacencia de sus quince alborotados años, a sus compañeros de clase.
El
Concilio de Trento había prohibido la versión de la Escritura a
lenguas vernáculas, pero fray Luis de León, en la vitalidad fogosa
de sus 33 años y con la alegre seguridad de quien acaba de conseguir una
reñida cátedra, se permite traducir al castellano el Cantar de los
cantares de la Biblia, por encargo de Isabel
Osorio,
religiosa que desconocía el latín, y por ejercitar sus artes de
hebraísta. Con la más absoluta discrección se habían
pasado las cuartillas del poema, y, cuando al fin respiraba el agustino porque
obraban de nuevo en su poder, le va llegando la peligrosa noticia de que abundan
copias por su campus salmantino y de cuánto se solazan los enamoradizos
estudiantes con la lectura de tan tiernos, primaverales versos. Soy testigo de
cómo el Cantar entusiasma a adolescentes, y he comprobado cuánto
les estimula a seguir investigando por el océano de amor que es toda la
Biblia. Santos Benetti, en Sexualidad creativa, siembra fecundas reflexiones:
Regresemos a nuestro relato. Once años después de la primera copia pirata del bueno de Diego, es procesado fray Luis por el Santo Oficio, e ingresa en la cárcel un 27 de marzo de 1572, acusado de ascendencia judía, menospreciar la Vulgata, y, más en concreto, de traducir y comentar el Cantar de los cantares. Cinco dolorosos años sufre prisión en Valladolid. A título de anécdota leemos cómo ironiza en su proceso hacia uno de los testigos: "El oir besos y abrazos y pechos y ojos claros y otras palabras déstas de que está lleno el texto y la glosa de aquel libro, le escandalizó los sentidos; y lo que no echaba de ver cuando lo leía en latín, si alguna vez lo leyó, le hirió el oído por oíllo en romance ". Tenía razón el acusado, que, por cierto, había realizado tan fresca, viva versión del Cantar que todavía hoy asombra a los más exigentes biblistas. Nada tiene de extraño, pues, que le fuera ofrecida la cátedra de Escritura, que explicaría hasta su muerte. | ||||