OS
lecturas excesivas del Cantar amenazan la comprensión inteligente que necesita
nuestro tiempo: reducirlo, por arriba, a amor sin cuerpo (tanta alegoría
deshumaniza el relato), y, por abajo, a cuerpo sin amor, porque existe un erotismo
pequeño, de piel y orgasmo, de macho y hembra solitarios que se utilizan
y desechan. A ese erotismo fácil, genitalizado, consumista no se refiere
nuestro ensayo, sino al abierto, numinoso, de amantes que saben acariciar de alma
a alma, besar desde los ojos, abrazar con pecho y vísceras, ser uno en
carne y risa, sobrevolar el espacio y el tiempo.
Guido
Ceronetti, en sus comentarios al Cantar, observa: "La
lectura en clave erótica del Cantar es la más segura, pero no tiene
sentido si el lecho de los amores no queda iluminado con una pequeña lámpara
por la que, a través de esos amores transparentes, alumbre el Escondido." "Tenemos
que conectar nuevamente el dormitorio con el resto de nuestras vidas, con la sociedad,
con la naturaleza, y, quizá, con las estrellas" , nos explica Leonard
en El fin del sexo. No es más sagrado el templo que la alcoba."
El desafío no está en salir del cuerpo, sino en descubrir que es
templo de
lo sagrado (Feuerstein), en dejarse inflamar por esa lámpara que arde en
lo alto del amor.
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Erotismo
abierto a la trascendencia, desde que aquellas Manos, aquella Voz modelaron los
primeros cuerpos sexuados, bendijeron los primeros amores: "A imagen de Dios
los creó: varón y hembra los creó" (Gen 1,27). "La
bipolaridad hombre/mujer es un símbolo luminoso y transparente de Dios
creador (Ravasi) que, al diseñar la primera pareja, inventó el erotismo.
Desde aquel momento, cuando se encuentran en el amor un hombre y una mujer, se
pasea Dios con ellos a la brisa de su ternura (Gen 3,8). El paraíso que
todavía añoramos, y cuya espada roja empuña nuestro egoísmo,
quizá se nos devuelva aquel radiante, frutal día, en el que derribemos
los muros del miedo, y descubramos más allá, más acá,
de nuestro jardín la belleza del mundo. |